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jueves, 16 de octubre de 2014

Los cromos

   Ante el alarmante avance de los nuevos "juguetitos" electrónicos en nuestra sociedad, las necesidades que de ellos nos hemos creado y lo alienados que estamos por ellos, me escandalizo y espanto a partes iguales, sobre todo cuando veo niños que apenas levantan un palmo del suelo y ya saben usar un iPhone o una tablet mejor que yo (que no tengo ninguna de las dos cosas), cuando veo a los hijos de mis amigas acercarse meneando el pañal a la tele y tratando de cambiar la imagen con una pasada de dedo. Hablando hoy del tema con mi madre, he mirado a mi infancia con nostalgia y he recordado algo con lo que solíamos jugar y socializar mucho en aquellos años (y mucho antes también, que tampoco soy tan vieja), se trata ni más ni menos que de los álbumes de cromos. 

   ¿Recordáis cuando todo nuestro tiempo libre lo ocupaba la ardua tarea de completar el álbum?, cuando aparecía papá de trabajar con dos sobres de cromos, cuando los abuelos te decían que por haber hecho bien la tarea te iban a comprar un sobre, cuando pasabas las páginas una y otra vez henchida de orgullo por la gran cantidad de cromos pegados de forma impecable en sus recuadros blancos, cuando en el patio del colegio cogías tus cromos "repes" y manoseabas los de tus compañeros para cambiarlos en un favorable trueque para ambas partes al son cansino de las palabritas "sile, sile, sile, sile.... ¡¡NOLE!!" y he ahí la parte social de los cromos. Lo recordáis, ¿verdad? y seguro que ahora mismo vuestros rostros se hallan iluminados por una dulce sonrisa nostálgica... pero eso es porque no lo recordáis como lo recuerdo yo.

   Todo comenzaba con un gesto inocente: tu madre (o padre, o tío o señor de Cuenca que pasaba por allí) aparece un día por casa y al tiempo que canturrea un "mira lo que te he traiiiiiiiido" te entrega un álbum de la peli de Disney más reciente o de la Barbie (los chicos lo harían de fútbol, Bola de Dragón o similar) o de cualquier cosa que la diabólica mente de la industria siniestra del cromo sea capaz de imaginar; como yo era niña (y lo sigo siendo) me movía en una temática que oscilaba entre el azul pastel y el rosa más chillón. Aún recuerdo mi álbum de La Bella y la Bestia... ahí empezó la transformación.... y la pesadilla. 

   Para empezar, debe de haber una especie de contubernio judeo-masónico según el cual un cromo no se imprime jamás, de modo que lo de acabar un álbum es prácticamente una utopía, pero de eso no te avisan, tú crees que los hacen todos y te cuesta varios kilos de cromos repetidos (los suficientes para rellenar dos álbumes más... salvo el que nunca se fabrica) hasta que tienes que rendirte a la evidencia y dejar el álbum sin terminar. Al principio todo es ilusión, vas con tu álbum a todas partes como si llevaras un incunable, lo enseñas con ilusión... eso sí, lo enseñas tú, no dejas que nadie lo toque con sus sucios dedos arrugadores de esquinas, cada sobre viene lleno de cromos nuevos y los pegas todos, absolutamente todos, y un cromo repetido o dos son vistos como una inversión: "bueno, así lo cambio en el recreo"; pero pronto los inconvenientes se hacen notar: tú, toda perfeccionista, te dejas los ojos y le echas un pulso que ni para manejar una coctelera llena de nitroglicerina, con tal de pegar el cromo tan recto y exacto (porque los recuadros eran blancos y una leve línea de medio micromilímetro cantaba como un tubo de neón) que pareciese parte de la página, pero ahí estaba uno de tus amados progenitores que deseaban crear bellos recuerdos de infancia compartiendo valiosos momentos de actividades comunes... y pegaban el cromo de cualquier manera, es decir, no que lo hicieran mal o con descuido, ¡pero tú sabes que lo hubieras hecho mucho mejor! y un cromo ya pegado es inamovible, ni el hormigón armado es tan definitivo como el pegamento de un cromo; luego estaba el momento en que se te resistía la separación del papel de un cromo y, por descuido, hacías un movimiento fatídico que pegaba una de las esquinas del cromo en cualquier parte de la página... sudores fríos... los primeros tacos de la infancia... deseos de morir y matar.... tirabas con el mayor cuidado mientras te encomendabas a varios santos y lanzabas la oración más sincera que jamás hizo un niño, pero nada, la página se rompía y quedaba marcada para siempre.


   Luego está la famosa y anteriormente mencionada parte social de los cromos, que no deja de ser una introducción al mundo de la mafia, pues está salpicada de extorsiones, abusos de poder, chantajes, hurtos y engaños. ¿Os parece que exagero? ni mucho menos. El trueque de cromos primero es simple, uno por uno, pero existe un factor que al principio no se tuvo en cuenta: ¡el cromo blanco! se trata de ese cromo que suele ser una bella imagen de alguno de los personajes (Bella con una flor, Bella con un pajarito, Bella sola, la tetera, el candelabro poseído...) que sólo tiene función decorativa porque es transparente y no forma parte de ninguna escena... estos no eran necesarios para cambiar porque se podían usar para adornar cuadernos, de manera que si querías que alguna niña te cambiara un cromo blanco, estabas en su poder, y eso se traducía habitualmente en que te exigía dos, tres, cinco o incluso diez cromos a cambio del cromo blanco... y si te quejabas del abuso, como toda respuesta la niña te miraba con maldad y canturreaba "se sieeeenteeee", ahí tenemos el abuso de poder. Pedir cromos a cambio de ayuda para hacer la tarea, de salir beneficiado en algún juego del recreo o de cualquier objeto chulo de escritorio, fue nuestra primera toma de contacto con la extorsión y el chantaje. Intentar deslizar un segundo cromo debajo del que te van a cambiar o tratar de coger otro diferente al que has pedido en un descuido del propietario, es el primer escarceo con la estafa y el engaño. Y lo peor, cuando esa niña cruel se negaba rotundamente a cambiarte ese cromo blanco que a ti te falta (origen de todos los grandes males del mundo: los cromos blancos) y encima te mira con malicia y superioridad, es cuando te inicias en el mundo del hurto... ¡¡que me lo hubiera cambiado por un precio razonable!! se lo ha buscado ella.

   Y cuando, ¡por fin!, terminamos un álbum (en el supuesto de que se hayan impreso, por error, un par de cromos de esos que no se imprimen jamás) o lo damos por imposible y lo relegamos a un rincón de una patada, creemos que la pesadilla ha concluido... ¡pero no! porque ahí está tu padre (madre, tío, señor de Cuenca...) con una nueva pesadilla aun más aterradora, si cabe, pues ya sabemos el espanto que nos espera: ¡¡un nuevo álbum de cromos!!......... en  mi caso, acabado el de La Bella y la Bestia, continuó con Aladdín y ya nunca acabó... porque se hacían cromos de absolutamente todo. Algún día reuniré el valor necesario para hablar del tema con mi psiquiatra.

   Y eso que no he mencionado los cromos que venían en los chicles: se puso de moda un álbum de cromos de Chabel (¿os acordáis de la Chabel? la Barbie pero más pequeña y menos erótica), venían con esos chicles de fresa grandes como ladrillos que parecían hechos de arena del parque, y si completabas el álbum te regalaban una muñequita o complemento... o algo así, que tú creías que el esfuerzo merecía la pena, pero no; en mi clase casi todas hacíamos el álbum, comprábamos los chicles por toneladas, por supuesto no los consumíamos porque, además de ser muchísimos, a la semana estaban tan duros que los podrían usar los anti-disturbios para disolver manifestaciones; y al final, después de rellenar dos álbumes y medio, descubrimos con estupor que a todas nos faltaba el mismo: una Chabel vestida de blanco muy casual... ese cromo jamás se imprimió. ¡Fijaos el calibre del trauma que todavía me acuerdo!... en mi casa había chicles duros hasta debajo de los cojines.

   Es por eso que afirmo que los álbumes de cromos son la antesala del crimen organizado.

  De modo que: ¡¡Padres y madres que me leéis!!, no caigáis en la trampa... ¡proteged a vuestros hijos! proteged su inocencia, no permitáis que entren en un mundo cruel y depredador que sobrepasa sus jóvenes entendimientos, permitid que sean niños el mayor tiempo posible, avisad a otros padres; si algún despiadado pariente aparece con ese espantoso objeto con idea de convertir a vuestros pequeños en aprendices de Vito Corleone, arrebatádselo, placadles en el pasillo, ¡emplead la violencia si es necesario!... vuestros niños merecen que sus padres defiendan su felicidad con uñas y dientes. Las tablet, PSP, ordenadores, etc, son mucho más seguras... ya socializarán (y aprenderán la crudeza de la vida) cuando tengan edad de jugar al World of Warcraft en línea.

   Avisados quedáis.

   Con cariño: Mercedes

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