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domingo, 5 de abril de 2015

La vida a través de una pantalla

   Acaba de terminar la Semana Santa y, como ya sabéis que soy una fan absoluta del folclore patrio, no me he perdido ni una procesión... bueno, las de las tres y las seis de la madrugada me las he perdonado. 

   Ya comenté en cierta ocasión que una característica mía es que observo y me fijo, me fijo mucho, me fijo en todo lo que me rodea, y saco conclusiones. Mis conclusiones de estos días han sido numerosas tras observar las extrañas costumbres inherentes al ser humano, sobre todo en fechas que se salen un poco de lo común: que en primavera es corriente ver en el mismo lugar a una persona con un plumas y botas altas y a otra con tirantes y pantalón corto; que cuando más prisa tengo, más despacio anda la gente y se abre en formación de abanico ocupando toda la calle; que cogen el coche los más torpes de España y todos vienen a aparcar a mi calle; que la fritura de pescado que se comen tres señoras mayores en diez minutos no nos la vamos a terminar en la vida cuatro personas normales, y un largo etcétera. Sin embargo son dos las conclusiones más importantes y valiosas que he sacado esta Semana Santa: que las procesiones y demás tradiciones religiosas cada vez tienen menos que ver con la religión, pues para vivir en un país con un creciente ateísmo, no hay Dios que consiga encontrar hueco para ver una procesión, y que cada vez hay más gente que, en lugar de mirar directamente los hechos y lugares, los mira a través de la pantalla de su móvil.


   No es algo de lo que me haya dado cuenta ahora, de hecho ya hace mucho que me pone un poquito de los nervios (cosa rara en mi, que soy una persona pacífica y tranquila) tanta pantallita luminosa y tanto palo de selfi. Y diréis: "¿qué demonios te importa a ti si la gente hace fotos y a quién se las hace?" y tenéis razón, a mí me da exactamente lo mismo... hasta que esas personas están delante de mi mientras intento ver algo, y en el momento crucial estiran todos sus brazos al unísono y, si quiero enterarme, o lo veo en la pantalla con mejor resolución o ya me puedo ir olvidando, llámalo procesión, llámalo boda-bautizo-comunión, llámalo cumpleaños, llámalo espectáculo callejero, llámalo como te parezca, pero ganas me dan de sacar la motosierra y pasarla a ras de cabezas.


   No es noticia nueva que he trabajado en varios sectores relacionados con el turismo y además, en Toledo no hace falta buscar mucho para encontrarte con una buena manada de ellos; la observación de unos pocos delata los mismos comportamientos, uno cada vez más común es que la gente, según llega al monumento objeto de su búsqueda, lo primero que hace no es lo que yo considero lo normal en estos casos, que sería quedarme embelesada contemplándolo y tratar de retener en mis retinas cada detalle... no, ahora lo que más se hace es darle la espalda al monumento, sacar el móvil y ¡¡selfi!!, a continuación, con la sensación del deber cumplido... ¡a por el siguiente!. He llegado a ver a gente que va con el condenado palo de selfis grabando un vídeo de ellos mismos mientras andan por la ciudad en plan casual, ¡lo juro!. Yo me preguntaba por qué este comportamiento, por qué viajar para hacerse uno fotos delante de monumentos, cuadros o paisajes maravillosos y no dedicarles más tiempo a observarlos directamente de lo que tardan en encuadrar la foto en cuestión en sus móviles, cámaras o tablets. Entonces me metí en facebook y lo entendí: no viajan para conocer, ver y disfrutar, viajan para hacer fotos, colgarlas en facebook (muchos no esperan ni a volver, lo van haciendo en directo) y dar envidia al prójimo... y ya no me meto en los que van mandando el reportaje fotográfico a sus grupos de whatsapp, debería estar tipificado en el código penal.


   Y no es solo las vacaciones, que podéis decir "a todo el mundo le gusta tener fotos de los sitios a los que va para tenerlas de recuerdo", y yo no soy menos, me encanta hacer fotos (con mi cámara), pero precisamente por eso sé que mirando a través de un objetivo te pierdes muchas cosas y que, aunque nos creamos lo contrario, las doscientas treinta y siete fotos que sacamos de nuestro momento especial, luego no las vamos a ver jamás... salvo cuando invitamos a los amigos para darlos envidia y cuando las seleccionamos para subirlas a facebook, que acabamos aburridos de ellas después de dos visionados.

   No es sólo las vacaciones, decía, porque ahora tenemos fotos y vídeos con el móvil de todo, fotos y vídeos abocados a ser borrados sin volver a mirarlos cuando nos aparezca el simbolito de memoria llena: el cantito del cumpleaños feliz de cada cumpleaños al que acudimos, los sobrinos-hijos-hijos de amigos montando en bici-jugando en la arena-haciendo cualquier tontá de niños, un perro-gato-bicho de cualquier clase que se nos acerca, un mimo gracioso por la calle.... podría no acabar nunca porque el milagro de no tener carrete que revelar o cinta nueva que comprar, hace que hagamos fotos y vídeos así, a lo loco, sin pensar si luego nos gustarán o nos apetecerá conservarlos o verlos otra vez, porque total, no cuesta nada...... les daba yo a los adolescentes de ahora un carrete de 24 y que lo malgastaran haciéndose autofotos (que es como llamábamos a los selfis en mis tiempos) sin saber cómo iban a salir porque no había pantallita de muchos mega píxeles para hacer posturitas que a ellos les parecen sexys (¡cuánta falta de tortas ha habido!) y les hacía de pagarse el revelado con su escasa paga en pesetas para ver que más de la mitad de las fotos no valía o estaban borrosas, y luego guárdalas, no en una mini tarjeta de muchos gigas, sino en cajas de cartón compradas en el chino.


   Sinceramente, ¿es necesario que captemos en imágenes digitales todo lo que vivimos por ordinario o extraordinario que sea?, ¿tan grave sería que algunas cosas quedaran simplemente en el recuerdo?, porque viendo la cantidad de gente que en esta Semana Santa hacía fotos y grababa vídeos de cada procesión, estoy convencida de que no van a volver a verlas nunca pero que, además, se han perdido gran parte de la experiencia por no mirarla directamente sino a través de una pantalla, y eso no hay mega píxel que se lo devuelva.


   Es humano buscar la permanencia de aquéllo que nos hace felices o nos parece exótico, pero más humano aun es vivirlo y disfrutarlo con los cinco sentidos, dos de los cuales, al menos, nos quita el estar tan pegados a la estúpida pantalla. Pensad que, aunque sea maravilloso grabar los primeros pasos de vuestros hijos para conservarlos muchos años, el hecho de grabarlos supone que no los estáis viendo en directo, os los habréis perdido. El hecho de petar el facebook con vuestros selfis frente a las grandes maravillas de nuestro planeta, puede suponer que vuestra experiencia quede al nivel de haber comprado una guía de viajes en el kiosko de la esquina. Grabar o fotografiar un eclipse o el paso de un cometa de forma compulsiva, puede hacer que os perdáis la contemplación de un hecho irrepetible, para eso mejor lo buscáis en google.

   Por mi parte, prefiero vivir la vida en directo, sentirla plenamente y valorarla como se valora todo lo efímero, como un tesoro que debo conservar en mi memoria y que me pertenece sólo a mí, no a mis contactos de facebook ni de whatsapp, tanto la imagen, que seguramente se verá difuminada y modificada por el paso del tiempo, como los olores, sensaciones y los sentimientos que me provocó ese hecho del que he perdido la oportunidad de sacar una imagen digital que perdure durante décadas y no me importa. En resumen, no pienso ver pasar la vida a través de una pantalla.

   Con cariño: Mercedes