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lunes, 13 de octubre de 2014

¿Con qué edad me quedaría si viviera cientos de años?

   El otro día, en clase de inglés, durante un ejercicio tuvimos que hablar sobre la inmortalidad y una de las preguntas fue: si pudieras vivir cientos de años, ¿con qué edad te quedarías?... ni que decir tiene que para mí, que en lo que a comerme el tarro se refiere soy casi doctorada, esta pregunta no supuso un mero ejercicio de inglés (un poco chorra, por cierto) sino una reflexión mucho más profunda.

   Mientras que todos los que estaban allí coincidieron en que se quedarían en los veinte o veintitantos años, yo, sin apenas reflexionar, dije absolutamente convencida: "yo me quedaría exactamente como estoy ahora"; supongo que a los que lleváis tres años escuchándome despotricar sobre lo poco que me gusta la treintena, sobre el bajón que me supuso cumplir los treinta y que, por tercer año consecutivo, este año voy a volver a cumplir treinta a ver si me mentalizo de una vez por todas (porque si no estoy mentalizada para los treinta ¿cómo voy a estarlo para los treinta y dos?), os resultará, cuanto menos, llamativo el hecho de que no aprovechase una ocasión tan maravillosa como ficticia para volver a mis amados veinte. Pues bien, os lo voy a explicar.

   No voy a negar que mis veinte tuvieron cosas muy buenas: me pillaron en la universidad, estudiando una carrera que considero la más bonita del mundo, por primera vez en mi vida he disfrutado de verdad estudiando, estaba fuera de casa y disfrutando de una libertad e independencia para mí desconocida hasta ese momento, conocí a buena gente e hice algunas de las mejores amigas que tengo en mi vida, aunque ahora algunas estén geográficamente lejos; no miento si digo que mis años de universidad fueron algunos de los mejores años de mi vida. Durante la veintena conocí al amor de mi vida, no voy a negar que antes me habían gustado chicos (la mayoría de las veces, de forma no correspondida) pero por primera vez supe lo que era enamorarse hasta las trancas, no de un chico, sino de un hombre con las ideas bien claras y el firme objetivo de hacerme feliz, con todo éxito en su propósito; fueron los cinco años más felices de mi vida. Entraba, salía, hacía planes, conseguí mis primeros trabajos, uno de ellos el que yo creía que sería mi futuro laboral definitivo, y supe lo que era independencia económica... que luego descubres que, más que independencia, es una esclavitud porque es empezar a pagarte tus propias facturas y tus vicios y eso ya no se acaba nunca, ¡no hay vuelta atrás!.... papá y mamá ya sólo aflojan la pasta en tu cumpleaños.

   Sentía que me iba a comer el mundo, es más, estaba convencida de ello porque, no importa el camino que llevara mi vida en ese momento, ¡¡tenía tiempo de sobra, no tenía ni treinta años!!........ pero a partir de los veintiséis todo cambió: la tragedia aparece y golpea a mi familia, el trabajo seguro que me daba estabilidad se evapora (en un momento bastante chungo, todo sea dicho), separaciones, amigos que se alejan, planes para toda una vida que se hacen pedazos, un futuro incierto y un enorme agujero negro que no me deja ver la salida.... y la gota que colmó el vaso fue que, de pronto, me descubrí un enorme mechón de pelo blanco bien visible, en la parte frontal de mi cabeza, que a día de hoy no ha parado de crecer hasta dejarme todo el pelo cuajado de canas, que diréis que con lo que llevaba a cuestas eso es una tontería, ¡pues no lo es! al menos si eres una mujer coqueta a la que le gusta verse mona y que se siente todavía demasiado joven para tener las sienes plateadas como Pierce Brosnan pero con un resultado bastante menos sofisticado (porque las sienes plateadas sólo les quedan bien a los hombres, a nosotras nos quedan de pena). Fue una época horrible en mi vida...... bien es verdad que lo mío es algo extremo, no es lo normal (aunque hay cosas bastante peores), y me alegro de que la inmensa mayoría de la gente no pueda entenderme. A lo que voy es a que, a lo tonto, entre planes, disfrutar de la vida, llorar como una princesa Disney tirada boca abajo sobre la cama, tratar de recuperarme, buscar trabajos que resultan ser una auténtica basura pero que necesitaba para las dichosas facturas, etc., de pronto te encuentras con que has cumplido los treinta y te pilla por sorpresa, aunque desde el mismo día en que naciste ya sabías en qué fecha iba a ocurrir semejante desgracia, entonces el razonamiento cambia y te das cuenta de que, esa frontera de "antes de los treinta" que te habías fijado para conseguirlo todo en la vida, la has traspasado y sigues adelante. ¿Y qué? ¿pasa algo? ¿se acaba el mundo?... tal vez no... o tal vez sí. 

   Me refiero a que, en mi caso sí ha supuesto un cambio sensible porque, si pasé mis veintes haciendo planes y definiendo cómo debía ser en función al entorno en el que estaba y deseaba seguir estando (profundizaré en este aspecto en próximos post), los treinta han hecho que me dé cuenta que la vida es lo que ocurre mientras perdemos el tiempo haciendo planes y preocupados porque se cumplan. Pero yo he tomado una decisión y es que voy a dejarme sorprender por la vida: ya no hago planes muy a largo plazo, casi puedo decir que vivo al día, tengo nuevos amigos de los que disfruto cuando se tercia quedar, disfruto de los amigos de toda la vida cuando se tercia quedar con ellos, si un plan me apetece, voy, si no me apetece, lo digo y no voy, si una persona no me aporta nada bueno, paso de ella y que se vaya a rallar a otra, sin paños calientes ni apegos, ya no estoy dispuesta a sufrir por un trabajo basura, quiero una vocación que me aporte cosas, que me haga sentir feliz cuando me levante por las mañanas, y mientras descubro cual es esa vocación, disfruto de mi paro como una campeona. Digo lo que pienso con más libertad porque me importa bastante poco lo que otros piensen sobre lo que digo, como comprenderéis, después de todo lo que llevo andado, a estas alturas no me voy a preocupar por opiniones ajenas, y tal vez eso sea lo más liberador de todo: lo poquísimo que me importa la opinión de los otros, eso a mis veintes era impensable. Me visto como quiero, llevo el pelo como me apetece, me pinto como me da la gana, me adorno igual con maripositas rosas que con calaveras negras, según el día, canto por la calle, salto en los charcos, hablo con total claridad, ignoro los whatsapp cuando me apetece y si espero algo de alguien y no se me da, lo exijo. De momento me está yendo muy bien, eso de la asertividad está muy infravalorado, yo desde que la practico estoy mucho más contenta, pese a lo que mucha gente pueda creer, no he perdido ni un sólo amigo y si alguien se ha alejado de mí, no era tan amigo; estoy más contenta, más a gusto, no me comparo con nadie, sigo siendo muy joven (como tal, me siento) pero ahora soy mucho más sabia. En resumen, podría decir que me siento más feliz.

   En conclusión, que he vivido cosas muy duras y he sufrido mucho, pero también he vivido cosas estupendas, he conocido a gente que me ha marcado, siempre para bien porque incluso de lo malo se saca un aprendizaje positivo, me he perdido y, gracias a eso, he podido buscarme y me he vuelto a encontrar pero de un modo nuevo, diferente, y me he dado la oportunidad de ser sincera conmigo misma, de dejarme fluir y mostrarme al mundo y ¡sorpresa! no sé si a los demás les gustará (sinceramente, me da igual) pero a mí me encanta.... esa es la novedad de mis treinta: que por primera vez en mi vida, ¡¡¡me gusta cómo soy!!!, me miro al espejo y me gusto físicamente, no cambiaría nada de mí, me gusta cómo pienso, me gusta mi sentido del humor negro y un pelín cínico, me gusta tener gustos extraños y variados (me gusta decir que tengo gustos minoritarios) en muchos aspectos de mi vida, me gusta no seguir a la masa y, sobre todo, me gusta no tener que disimular para que otros no se enteren porque me da miedo no ser aceptada. Deberíais probar, ¡es alucinante!.

   ¿Que con qué edad me quedaría si viviera cientos de años? exactamente con la que tengo ahora, con mi aspecto actual, con mi manera de entender la vida y las relaciones humanas, con mi manojo de canas rabiosas, con mis recién adquiridos dolores musculares frecuentes (demasiado frecuentes, diría yo), con mi incertidumbre emocional y laboral que no deja de ser una antesala a la certeza que, seguro, llegará cuando tenga que llegar, ni un minuto antes... y con la gente que me rodea, que es la que tiene que estar.

   La próxima terapia, os la cobro. 

   Con cariño: Mercedes

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